11/12/07

MANDORLA CRÍTICA

LITERARIAS
Novedades

Allí donde cielo y Tierra se intersectan es sector de epifanías: zona de creación -Mandorla- y campo simbólico para la fertilidad y el alumbramiento. Con una prosa exacta, contenida, Genoveva Arcaute va entretejiendo en ese sector reducido una historia que nominalmente puede contener a Cielo, a Madre, a Unodé, Tresdé y Cuartodé y a todas las historias personales que debieron cerrarse o hacerse fruto interior durante el período de la dictadura. Tiene forma de almendra Mandorla, también de órgano reproductor de la mujer, y Genoveva Arcaute emplea ese principio de fecundidad simbólico para aludir al exilio interior durante los años de plomo en el país. Entre mudanzas y ocultamientos, entre voces veladas por la clausura y la desconfianza, la novela permite sin embargo que la reclusión sea signo de perseverancia, de pariciones. Las cláusulas del esfuerzo oclusivo inducen por lo tanto a recuperar el valor de las cosas mínimas, esa épica de lo cotidiano donde, entre trastos y relojes invertidos, entre colchones y libros como hijos, la esperanza impone vislumbrar algo más allá de la casa sellada. Amurallarse, sí, pero aunando fuerzas. En este friso del exilio interior, las imágenes de la narradora señalan magníficamente el dolor, la angustia, el temor por el afuera envilecido, pero también y con singular nitidez, cómo debe mantenerse vivo el fuego de la memoria. La escritura en tal sentido es un diario íntimo, una bitácora de ascesis poética escrita con la piel. Mandorla se inscribe no como una crónica, entonces, sino como un notable registro interior de emociones y sensaciones en tiempos de clausura, de adolorido silencio, que hoy, finalmente, sale a la luz.

Diario El Día (Domingo 9/12/07) Suplemento Cultural

29/11/07

Alocución de Norma Etcheverry

“En la vida llega un momento, y creo que es fatal, al que no se puede escapar, en que todo se pone en duda: el matrimonio, los amigos, sobre todo los amigos de la pareja. El hijo no, el hijo nunca se pone en duda. Y esa duda crece alrededor de uno. Esa duda está sola, ha nacido de una soledad. Creo que mucha gente no podría soportar esto, de ahí quizá que no todo hombre sea un escritor. Sí. Eso es, ésa es la diferencia. Esa es la verdad. La duda, la duda es escribir”. M.Durás
En “Mandorla”, la duda se refleja en la ventana ciega de la casa como si fuera en un espejo. Hay una trampa ahí. A Cielo, la voz narradora, el cuerpo protagonista, espíritu y materia en intersección, a ella digo, le gusta esa trampa de la ventana ciega porque escamotea precisamente el núcleo, el meollo mismo de la vida adentro, donde sucede el acontecer de ella y su hombre, el de sus hijos, y donde también se aloja la duda.
Entre las murallas construidas para alejar el espanto que gobierna, dentro de la casa y alrededor del trajín cotidiano, dentro de Cielo-madre, mujer multiplicada, amante sostén de los seres amados y a la vez sostenida en la calidez familiar, dentro de ella crece la duda y el deseo. El deseo siempre es un anuncio de aquello que seremos capaces de hacer. Y Cielo desea y se sabe capaz de ser un yo-otro, recrearse en otro plano y multiplicarse. Ella, que es la prisionera más libre y menos libre de la casa, desea emitir señales que atestiguen una existencia más allá del presente sin fin que la agota, un horizonte más amplio que esas paredes, y una representación de las cosas más exquisita que ese inventario deslucido de oraciones cortadas, desnudas, elementales. Cielo desea hondamente la libertad que dan los libros, la lectura, la palabra.
“… cuando haga coraje para todo esto empezará su nueva y verdadera vida”, piensa mientras las arañas tejen en los vacíos de la casa y un rayito de sol contrabandea luz desde el techo, y las ratas, como “las culpas de los hombres”, insisten en merodear, amenazar, cercar los sueños. Por ahora debe replegarse, soslayar el deseo, enfriar la sangre y mirar.
La protagonista de “Mandorla” anhela “el largo aliento del lenguaje” en tanto tienen, ella y el hombre que la enamoró, la maldición de la Poiesis, “Ah, sueño del arte, forma que reconozco mía, sueño de los sueños…” Mientras lava platos, cambia pañales y constata el abrigo y la salud de sus varones, espera. Mira como juegan los otros… “dejarles el paso libre—dice—correr los codos de la mesa para que se pongan cómodos. Aguantar. Rumiar el desquite”
Espera su momento de dudar, desear, ser en la palabra. Decir lo eternamente nuevo que se configura sobre los elementos del pasado, disponer los acontecimientos de la vida de tal forma que el punto de partida sea el punto de llegada. Todo el tiempo está en Cielo la presencia muda de esa especie de facultad paralela que aparece y avanza, esa locura de escribir, eso desconocido que se lleva dentro.




Espera su momento para desplegar la multiplicidad de destinos posibles: ese abanico en el cual Cielo es joven, estudiante, esposa, hermana, hija de Madre que vuelve a ser hija en ella, es semilla y memoria de tierras extranjeras y también habitante de la ciudad enmudecida por una época de horror. Es mujer que persiste en el empeño de una casa digna para los suyos y es compañera de un hombre con el que atraviesa el mapa de la vida y da forma a la tibieza de las sábanas.
Es Yocasta y Enigma. Cielo también es Tierra cuando por fin empieza a escribir la tarde con obstinación de poeta, aún cuando le cueste encontrar el tono, “despejar la sordidez de alguna tarde árida de inspiración”.
Cielo es, en su totalidad, Magna Mater: fuente, matriz, naturaleza que muere y renace en cada una de las estaciones, año tras año. Gran Madre que se multiplica, que “se expone a la infinita división de sus tejidos”, cuando Otra vez, una vez más, dará a luz, en alguna de las formas de la Creación.
“Debía llegar a parirse de nuevo, creación corregida, previsión de un destino que ella iría haciéndose en la niña que volvería a ser. Corregir aquel mundo que los encerró en la casa. Abrir un capítulo nuevo”.
La mandorla cruje a punto de estallar y estallar es un ir hacia fuera.
“Ella no es quien, brutalmente distorsionada en dos conciencias, dos latidos igualmente desbocados irradiando vidas en direcciones opuestas. Lo que comenzó diverge con furia. Pero es la misma piel. Y no puede dejar de rasgarse, de lastimar el yo que alberga al otro yo decidido a la luz y al reconocimiento”.
“Los libros son otro hijo” piensa Cielo en algún momento, desde algún lugar de la casa.
Al final de la novela, Cielo será testigo de si misma, desarrollo a la vista de su propio destino.

“Los libros son otro hijo” escribe Genoveva Arcaute en alguna página de esta primera novela que ve la luz.
Quiero decir que para mí éste es un relato donde el deseo de la escritura está profundamente latente y se despliega, en cierto sentido, de una manera simétrica a la existencia de los protagonistas. Hay en “Mandorla” un romance en la batalla cotidiana y valiente que encara esta pareja honesta en su sentir y consecuente en sus principios, un hombre y una mujer que comparten sentimientos muy profundos y auténticos, que construyen y resisten en medio de los avatares económicos, políticos, familiares que rodean la historia.
Pero también, detrás de los gozos y de las pérdidas, en la novela está narrada, con mucho de poesía, la contienda personal e íntima de una mujer que desea algo más, que se sabe dueña de una posesión, un plus de potencia que, en el desborde, necesariamente encontrará su cauce. En el lecho de esa vida sedimenta la creación.







“Nunca nos vamos de viaje por los ríos” dice un verso de un joven poeta conocido. Me gusta repetir esta expresión porque hay algo de oración ahí, que no es súplica sino demanda que espera el convite, la realización. No es negación sino que hay algo del orden del deseo. Creo que los escritores de todo género sueñan siempre con irse de viaje por los ríos. Navegar ríos de tinta, aventurarse en lo desconocido del papel.
Me tocó conocer a Genoveva en circunstancias bastante especiales. Yo digo que los ángeles meten la cola—o las alas—cada vez que alguien se encuentra y se reconoce en algo del otro. Esos encuentros son pequeños milagros que dan grandes satisfacciones, y eso fue lo que pasó cada jueves del último invierno, cuando compartimos un espacio muy particular, el de la Casa de la Poesía, en Buenos Aires. Mientras Genoveva leía sus poemas, yo sentía un pequeño sobresalto. Eran originales, pero además irreverentes, destructores en forma y contenido de esa cosa mítica que tiene lo eterno femenino. En sus versos los cuerpos se fragmentaban, se asimilaban a la tecnología, a los instrumentos, trasmutaban en orificios, líquidos, órganos, eran la representación de una violencia lingüística que, sin embargo, revelaba una cierto desamparo cercano a la ternura. Esa falta que de una u otra forma, nos delata en lo que tenemos de vulnerables los seres humanos; un agujero donde, a toda costa, buscamos que anide la Otredad.
Creo que en “Mandorla” hay un registro poético muy fuerte, una lectura posible que permite avanzar claramente en esa huella donde la poesía de Genoveva está, como toda su escritura, en pleno estallido, en plena cosmogonía de la que manan imágenes y sensaciones de gran intensidad.
“Desenrolla la amenaza como una venda sucia”—escribe por allí, para referirse a alguno de los seres mediocres que oscurecen las ilusiones de la familia.
“Fue uno de esos días de pie de hipopótamo que llegó la Promotora” para describir cómo los pies se le derraman en la fatiga del embarazo.
Finalmente, se me ocurre que si el título de esta novela parece difícil, y debe ser porque toda intersección remite a una encrucijada, y como tal implica un desafío. Pero también se puede entender como una confluencia, y entonces “Mandorla” alude a una aparición, en este caso lo que emerge de la esfera-cueva-útero-casa-, es esta gestación de un otro yo, que no reniega del anterior sino que lo integra, y se enriquece en lo plural. La valentía de Cielo para cambiar “esa lánguida postura echada que fue mi destino” como dice por allí, y transformarla, mediante la pluma de Genoveva, en un acto creador. Hacer de lo sensible un canal por donde la vida se vuelve productiva en otra dimensión.
Escribir es la duda, el deseo, el sueño por encontrar la otredad, eso que solamente se vislumbra en alguna de las formas del amor y/o en alguna de las formas de la Creación.

Alocución de Daniel Dalmaroni

ACERCA DE “MANDORLA” de GENOVEVA ARCAUTE

Hace un tiempo, un tipo que acababa de enterarse de que yo soy peronista, me preguntó “de qué peronismo”. Y me acuerdo que yo le contesté que esa pregunta sólo podía hacerla alguien que no era peronista. Refiero esto porque voy a contarles que conocí a Genoveva Arcaute a través de su marido, Jorge Goyeneche que era mi profesor en la carrera de Letras en la Universidad de acá y que uno de los primeros recuerdos que tengo de ella es en el comedor de su casa, a metros del Ministerio de Educación, ahí por Plaza Moreno. En ese comedor, estaba Jorge, Genoveva, una chica que resultaba ser mi novia y yo. Los cuatro estábamos frente al televisor, sorprendidos, consternados, abatidos, deprimidos. Era 1983 y el peronismo acababa de perder las elecciones en manos de Raúl Alfonsín. Nosotros no sólo habíamos votado la fórmula Luder-Bittel, sino que habíamos puesto nuestro votito para Herminio Iglesias como gobernador de la provincia. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa, diría si no fuera que soy ateo y sobre todo si no fuera peronista, lo que termina de responderle al señor este que me preguntaba de qué peronismo era yo.
En aquel entonces, Genoveva –como todo escritor que se precie- empezaba a escribir sobre… cualquier cosa. Notas para la revista HUMOR, chistes, obras de teatro, sckets para espectáculos cómicos, narrativa y poesía. Además escribía ejercicios de castellano para sus alumnos del secundario.
Lo que Genoveva no podía y tal vez ni siquiera sabía era que algún día lo que iba a hacer era escribir sobre la época que en aquel momento, por suerte y pese a la anecdótica derrota electoral, empezábamos a dejar atrás.
Y eso es lo que hace en este libro en donde su primera originalidad está en desde dónde es contada la dictadura militar en la Argentina.
Muchos libros se han escrito y han sido muy bienvenidos, sobre la militancia de los 70, la llegada de la dictadura, sobre los campos de concentración, las torturas, el terrorismo de Estado.
Este libro de Genoveva, en cambio, nos cuenta esa etapa del país desde una mujer a la que no le quedó más remedio que encerrase en su propia patria, en su propia ciudad, en su misma casa. Autoexiliarse en su propia casa, si se me permite la paradoja. Un exilio interior desde el cual genera vida en una ciudad y un país que, fuera de esas cuatro paredes, produce sólo muerte.
Cito: “Fue entonces que recrudeció la noche. Casi no se podía salir. Cada avenida, cada cruce, cada salida estaban controladas y era tal el desconcierto que muchos perecieron en tragedias sin explicación, pero teñidas de sospechas. El sobrino de una vecina de Madre fue baleado por pasar un semáforo rojo, en pleno centro de la ciudad en lo que fue calificado como enfrentamiento. Un verdulero, al obedecer una orden de requisa en sus fondos para entrar a otro edificio, cayó muerto junto a unos cajones, dicen que de un culatazo. Y así, salir a la calle, hacer un trámite en el banco, saludar a un amigo en forma llamativa o andar en pareja en auto se convirtió en una lotería sangrienta. La ciudad se despobló de jóvenes. Las cercanías de la universidad sufrieron un éxodo que fundió a propietarios de bares, kioscos y puestos de libros. La guardia permanente custodiaba un edificio vacío, recién pintado con colores de cuartel”.
Y en medio de esa noche, en medio de esa oscuridad llena de muerte, la protagonista no para de dar vida, como anticipándonos que es su forma de sobrevivir, de oponerse a esa noche terrible, sangrienta, fatal: casi una década de dictadura militar. Para sobrevivir, pareciera decir la protagonista, hay que hacer vida. Me permito suponer, interpretar, en realidad, que a la protagonista de “Mandorla” no le queda otro remedio que pensar que, en ese país que le tocó vivir, la patria son los hijos. En un país cuyo Estado destruye literalmente a sus hijos, ser patriota, para la protagonista es traer hijos al mundo. Contra la muerte ella opone más vida. Una, dos, tres, cuatro. Muchas vidas. Y no sólo la protagonista, porque desde el primer párrafo sospechamos una contundente autoreferencialidad en el texto. A tal punto que no pude sustraerme a la tentación de preguntarle a la autora si la casa en que se desarrolla la novela es aquella misma que conocí en los 80 y que ella habitaba con su esposo y sus hijos.
Por otra parte, me gustaría alertar respecto a que alguien podría argumentar que la trama de “Mandorla” es pequeña. Alguien también podrá decir que en las novelas la trama no es lo más importante, pero que es lo que “lleva de las narices” al lector. Lo que sucede en “Mandorla” es que la impecable prosa de Genoveva Arcaute es lo que “nos lleva de las narices”. El placer de la lectura, la belleza en el uso de la lengua nos agarra con dos dedos de orificio y orificio nasal y nos conduce sin frenos hasta el último párrafo.
Genoveva logra esa cosa tan difícil que es que el lector pueda sentir que así, como ella lo hace, es la única forma en que eso que cuenta puede ser contado y que sin embargo nos sorprenda con una manera del idioma que no habíamos imaginado nunca, que no sospechábamos. Nada más sencillo que imaginar lo fácil que sería imitar la prosa de Genovena y nada menos posible de hacer. Algunos dicen que esto y no otra cosa es lo que denominamos estilo.
Como conclusión, lo obvio después de estos comentarios: compren este libro maravilloso y disfrútenlo de punta a punta, permítanse sumergirse en los peores años de la vida de este país, anímense a no olvidar, pero sientan a la vez que acá hay una historia particular, un modo distinto de haber sobrevivido a esos años terribles que vale la pena conocer. Porque es bueno recordar que la dictadura no sólo se llevó la vida de 30.000 compañeros; sino que durante casi una década, destruyó las esperanzas, las ilusiones, las utopías y la simple vida cotidiana de un par de generaciones de argentinos. Entre esas vidas están la de los personajes de esta novela. Entre esas vidas está la de la autora de este libro y su familia. También para no olvidar.

Buenos Aires, noviembre de 2007

28/11/07

PRESENTACIÓN EN LA PLATA




En el Centro Cultural Islas Malvinas, el sábado 24 de Noviembre, el dramaturgo Daniel Dalmaroni y la poeta Norma Etcheverry presentaron la novela Mandorla de Genoveva Arcaute.

PRESENTACIÓN EN LA PLATA

12/11/07

Ceferino

Pobre pibe que juega a la pelota
en el patio de los salesianos.
Primo de la Malinche en el sur-sud
lenguaraz de latines
raya al medio trajeado en la foto
de los colectiveros:
¿Cuándo vieron la espiga que te adorna
los tuyos de la estepa
sus ganados y sus dioses?

Una roma extranjera
haciendo buena letra
huella arenas ajenas
y reza a cuatro vientos
plegarias que los vientos escupen
entre colmillos de ballena o gliptodonte.

namuncurá tu nombre
¿porqué no lo olvidaste?

Genoveva Arcaute

APARECIÓ MANDORLA


DANIEL DALMARONI Y NORMA ETCHEVERRY

PRESENTARÁN LA NOVELA

EL SÁBADO 24 DE NOVIEMBRE A LAS 19 HS.

EN EL CENTRO CULTURAL ISLAS MALVINAS.

6/10/07

TODA LA DELANTERA EN ORSÁI (fragmento)

Quiero que te hagas una idea clara, si eso es posible por cómo son las cosas y por ser contadas, de lo que está surgiendo y lo que te pasará y tocará vivir, ya que a mí se me acaba el tiempo.
Esta mañana me desperté según el ritual folclórico, abriendo los ojos al mundo exterior, aunque tengo últimamente una vigilia más despierta y despabilada que la de ojos abiertos: mis sueños, en los que incluyo pesadillas junto a las cuales el existencialismo, Gregorio Samsa y los laberintos, espejos y los hombres enmierdados de la última literatura de lo subterráneo, son visión infantil de un parque de diversiones. No porque aparezcan monstruos más horripilantes y de más ojos y cabezas y colas de escorpiones a lo Jerónimo Bosco, sino por los perfiles nítidos, creíbles y reales que los configuran.
A veces, o quizá siempre, lo amedrentante no es lo descabellado sino lo real (invisible para la mayoría momificada). Son más espantosas y apocalípticas Las Meninas que las obras de Stephen King. Ni qué decir del odio y la ira subyacentes y contagiosas de los cuadros de dos moneditas, llenos de árboles que bordean un lago con aguas limpias, flores de arco iris y cielos despejados: si a esto se le incluye un niño pescando desde un puente de madera robusta, no hay corazón ni fibras nerviosas ni esfínteres que soporten el trance.
Una mujer con dos cabezas, antenitas, tres pechos suculentos y traste en la delantera puede -en mi caso y en el de Dalí- resultar simpática, atractiva, misteriosamente sexi. Pero una gorda comiendo chicle y manejando una PC, me llevaría al suicidio. Porque un monstruo venusino puede ser la corporización de una mente enferma o una licencia artística, pero qué decir de la manyachicle computarizada.
A nadie le asustaría ya perderse en un callejón oscuro y toparse con Jack el Destripador, pero ¿si en una plaza se encontrara con un hombre bueno, con un santo? ¿y si lo encontrara en un Banco o en el Ministerio de Justicia? ¿Quién soportaría la magnética presión de su aura, de sus palabras simples, de su mirada franca?
En una zona minada por la radiación de sucesivas explosiones nucleares, el hallazgo de una rana o un yuyito común, serían más incoherentes que la de un cráter de abscesos y ríos de pus.
Me voy a tomar un whisky berreta y a fumar un poco para calmarme.

31/7/07

ROMPECUBISMO



rompecabezas con cuadros famosos:

xul solar, chagall, van gogh, matisse, gauguin, de chirico...

18/7/07


Esta es una mezcla de la tapa de Toda la delantera en orsái con el panfleto del programa de radio, del mismo nombre, que se emitiera por Futura 90.5 de La Plata.
Ahora Jorge tiene una columna sobre literatura, en la misma radio, los miércoles a las 23 hs. en el programa Mañana es mejor.

17/7/07


Dos

ambos somos escritores y publicamos notas en la Revista Humor Registrado y otras desde el ochenta hasta el noventa. El próximo mes aparecerá la novela poética MANDORLA de Genoveva Arcaute (ed. Baobab) y luego el libro de poesías TODAS SOMOS FRIDA. Jorge Goyeneche publicó TODA LA DELANTERA EN ORSÁI (Último Reino, 2001) y SEMBLANTES DE BESTIAS (De los cuatro vientos, 2004). En breve saldrá SERIAL WRITER, otra novela.

furia del libro

el blog está en formación, publicaremos poesías y comentarios.
chau