CAPITULO SEGUNDO
Es que Ratisbona está llena de brujas que coleccionan miembros, y yo, hermanito, quiero mucho al mío, a mi adorado ariete que me ha abierto portales de toda índole. No me resigno a que una maga ratisbona me hurte el perico durante el sueño y lo guarde junto a otros egresados en un nido de pájaros inalcanzable o dentro de una caja... está bien que las malditas no te lo dejan morir ya que lo mantienen alimentado y gordín a pura cebada y alpistes y lechugas y trocitos de carne y el guapo va creciendo como persona para deleite de la horrible vieja y sus endemoniadas amigas, pero a mí me basta con mi gurrumín, pequeño pero bravo como un picante y aquí en su sitio para ir donde yo lo mande. A qué lo quiero grandotón y lejano metido en un frasco, más me vale así periquito y saltando a interiores. En mi Ratisbona un anciano hizo tratos con una famosa bruja de allá, porque al pobre, casado con una niña, no le bailaba ya el trompo y la astuta bruja díjole pues venga hombre que le daré una pócima que le levantará el vetusto puente levadizo y por un poco más de dineros, ya que estamos, le podemos pegar una crecida al muchachillo cogote de tortuga. El viejo se fue de un viaje a la casa de la tal bruja con una hostia robada, envuelta en un pañuelo, unas malas hierbas de pantano y a la hora de la luna precisa. La horrenda se hizo mostrar el herido, que ya estaba más bien muerto que agonizante, y en un birlibirloque le durmió la memoria al tío y le arrebató el colgajo. El triste volvió sonámbulo a su casa, se acostó y a la mañana siguiente hinchóse e hinchóse cada vez más al pasar las horas porque el líquido no hallaba acequia para su cascada. La esposa, niña que te he dicho, desesperóse por los terribles ayes y contorsiones del anciano y acudió al médico quien apenas viéndolo dijo esto es cosa del párroco y vino Enrique a mirar qué era todo aquello. A tí te han metido mano!- dijo al observar el vacío que dejara el ausente. ¿Has tenido algún raro negocio? A tí te han hecho demoniada.
El viejo estaba muy avergonzado, no largaría prenda, pero el dolor lo enloquecía y confesóse. Inmediatamente el médico, ante las indicaciones del inquisidor, pudo darle un ungüento que algo le calmó y fuéronse en comisión hasta la casa de la bruja. Atrapáronla por fuerza y el sacerdote tras unas oraciones de exorcismo abrió el sorprendente cofre donde anidaban cientos de viborones y lombrices de las más variadas especies. Busca la tuya, sacúdela con fuerza para alejar sus males y arrójatela con violencia hacia su sitio de siempre. Hízolo el viejo, mas no cogió la propia, menudita y arrugada, sino una campeona que casi no podía sostener. Entre la emoción, el alivio y las previas sacudidas los ojos se le pusieron en blanco. El párroco y el inquisidor explicaron que era un efecto de la beatitud reconquistada y con la venia de estos la niña esposa, ansiosa por cuidar de su amantísimo marido según dijo, llevóselo de una carrera a la casa.
De acuerdo con lo que contaban en el pueblo el exorcismo fue muy bueno porque a par de aliviar al viejo de sus hinchazones, la joven mujer cambió notablemente su carácter, que había sido hosco y agrio, convirtiéndose ella en cantarina y bailaora. No tal fue la suerte del herrero, que había mantenido en secreto su pérdida brujil, recuperando ahora una mustia lombricita pálida.
Otros más casos hubo en mi Ratisbona que me espantaron, amigo, como el de la hija adúltera ...c
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