29/11/07

Alocución de Daniel Dalmaroni

ACERCA DE “MANDORLA” de GENOVEVA ARCAUTE

Hace un tiempo, un tipo que acababa de enterarse de que yo soy peronista, me preguntó “de qué peronismo”. Y me acuerdo que yo le contesté que esa pregunta sólo podía hacerla alguien que no era peronista. Refiero esto porque voy a contarles que conocí a Genoveva Arcaute a través de su marido, Jorge Goyeneche que era mi profesor en la carrera de Letras en la Universidad de acá y que uno de los primeros recuerdos que tengo de ella es en el comedor de su casa, a metros del Ministerio de Educación, ahí por Plaza Moreno. En ese comedor, estaba Jorge, Genoveva, una chica que resultaba ser mi novia y yo. Los cuatro estábamos frente al televisor, sorprendidos, consternados, abatidos, deprimidos. Era 1983 y el peronismo acababa de perder las elecciones en manos de Raúl Alfonsín. Nosotros no sólo habíamos votado la fórmula Luder-Bittel, sino que habíamos puesto nuestro votito para Herminio Iglesias como gobernador de la provincia. Mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa, diría si no fuera que soy ateo y sobre todo si no fuera peronista, lo que termina de responderle al señor este que me preguntaba de qué peronismo era yo.
En aquel entonces, Genoveva –como todo escritor que se precie- empezaba a escribir sobre… cualquier cosa. Notas para la revista HUMOR, chistes, obras de teatro, sckets para espectáculos cómicos, narrativa y poesía. Además escribía ejercicios de castellano para sus alumnos del secundario.
Lo que Genoveva no podía y tal vez ni siquiera sabía era que algún día lo que iba a hacer era escribir sobre la época que en aquel momento, por suerte y pese a la anecdótica derrota electoral, empezábamos a dejar atrás.
Y eso es lo que hace en este libro en donde su primera originalidad está en desde dónde es contada la dictadura militar en la Argentina.
Muchos libros se han escrito y han sido muy bienvenidos, sobre la militancia de los 70, la llegada de la dictadura, sobre los campos de concentración, las torturas, el terrorismo de Estado.
Este libro de Genoveva, en cambio, nos cuenta esa etapa del país desde una mujer a la que no le quedó más remedio que encerrase en su propia patria, en su propia ciudad, en su misma casa. Autoexiliarse en su propia casa, si se me permite la paradoja. Un exilio interior desde el cual genera vida en una ciudad y un país que, fuera de esas cuatro paredes, produce sólo muerte.
Cito: “Fue entonces que recrudeció la noche. Casi no se podía salir. Cada avenida, cada cruce, cada salida estaban controladas y era tal el desconcierto que muchos perecieron en tragedias sin explicación, pero teñidas de sospechas. El sobrino de una vecina de Madre fue baleado por pasar un semáforo rojo, en pleno centro de la ciudad en lo que fue calificado como enfrentamiento. Un verdulero, al obedecer una orden de requisa en sus fondos para entrar a otro edificio, cayó muerto junto a unos cajones, dicen que de un culatazo. Y así, salir a la calle, hacer un trámite en el banco, saludar a un amigo en forma llamativa o andar en pareja en auto se convirtió en una lotería sangrienta. La ciudad se despobló de jóvenes. Las cercanías de la universidad sufrieron un éxodo que fundió a propietarios de bares, kioscos y puestos de libros. La guardia permanente custodiaba un edificio vacío, recién pintado con colores de cuartel”.
Y en medio de esa noche, en medio de esa oscuridad llena de muerte, la protagonista no para de dar vida, como anticipándonos que es su forma de sobrevivir, de oponerse a esa noche terrible, sangrienta, fatal: casi una década de dictadura militar. Para sobrevivir, pareciera decir la protagonista, hay que hacer vida. Me permito suponer, interpretar, en realidad, que a la protagonista de “Mandorla” no le queda otro remedio que pensar que, en ese país que le tocó vivir, la patria son los hijos. En un país cuyo Estado destruye literalmente a sus hijos, ser patriota, para la protagonista es traer hijos al mundo. Contra la muerte ella opone más vida. Una, dos, tres, cuatro. Muchas vidas. Y no sólo la protagonista, porque desde el primer párrafo sospechamos una contundente autoreferencialidad en el texto. A tal punto que no pude sustraerme a la tentación de preguntarle a la autora si la casa en que se desarrolla la novela es aquella misma que conocí en los 80 y que ella habitaba con su esposo y sus hijos.
Por otra parte, me gustaría alertar respecto a que alguien podría argumentar que la trama de “Mandorla” es pequeña. Alguien también podrá decir que en las novelas la trama no es lo más importante, pero que es lo que “lleva de las narices” al lector. Lo que sucede en “Mandorla” es que la impecable prosa de Genoveva Arcaute es lo que “nos lleva de las narices”. El placer de la lectura, la belleza en el uso de la lengua nos agarra con dos dedos de orificio y orificio nasal y nos conduce sin frenos hasta el último párrafo.
Genoveva logra esa cosa tan difícil que es que el lector pueda sentir que así, como ella lo hace, es la única forma en que eso que cuenta puede ser contado y que sin embargo nos sorprenda con una manera del idioma que no habíamos imaginado nunca, que no sospechábamos. Nada más sencillo que imaginar lo fácil que sería imitar la prosa de Genovena y nada menos posible de hacer. Algunos dicen que esto y no otra cosa es lo que denominamos estilo.
Como conclusión, lo obvio después de estos comentarios: compren este libro maravilloso y disfrútenlo de punta a punta, permítanse sumergirse en los peores años de la vida de este país, anímense a no olvidar, pero sientan a la vez que acá hay una historia particular, un modo distinto de haber sobrevivido a esos años terribles que vale la pena conocer. Porque es bueno recordar que la dictadura no sólo se llevó la vida de 30.000 compañeros; sino que durante casi una década, destruyó las esperanzas, las ilusiones, las utopías y la simple vida cotidiana de un par de generaciones de argentinos. Entre esas vidas están la de los personajes de esta novela. Entre esas vidas está la de la autora de este libro y su familia. También para no olvidar.

Buenos Aires, noviembre de 2007

1 comentario:

Azpeitia poeta y escritor dijo...

Arcaute es un apellido vasco, cerca de la zona de Navarra, así que deduzco tus antecedentes vascos sobre todo en Argentina, donde tantoa apellidos existen de esta bencita tierra. Yo vivo en Murcia porque soy director de una empresa....un abrazo desde azpeitia